Empezamos hablando de la bisexualidad, porque uno de mis amigos considera que no existe, que se trata tan sólo de un estado de transición pero no de permanencia. Al hablar de estos temas siempre lo tendré muy claro, espero que llegue el día en que no haga falta preguntar por la condición sexual de cada uno. Yo considero que las personas no son una serie de características externas, sino algo más, nos gustan, nos atraen o nos enamoramos de esa persona por quien es, por ese "algo" tan difícil de expresar con palabras, no por la edad, ni por la raza, ni por el sexo, o así debería ser. Deberíamos olvidarnos de las etiquetas.
Creo que una persona que se considera a sí misma y considerada en su entorno como heterosexual puede llegar a enamorarse de alguien de su mismo sexo y sin embargo, le será muy difícil e incluso imposible admitirlo, ya no solo al resto, sino a sí mismo. ¿Por qué dejamos pasar las oportunidades de estar a gusto, de ser nosotros, de actuar conforme a lo que sentimos? ¿Se trata de la comodidad que otorga el incluirte en un grupo y hacer lo que los demás esperan de ti?
El caso es que con esto de etiquetarnos, de poner nombre a las cosas llegamos a otro tema, y es que cuando ponemos nombre a lo que sentimos, el sentimiento pierde gran parte de su valor. Un "te quiero" jamás será tan grande como querer en sí, ni un "te echo de menos", "te admiro", "te odio"...
No quiero decir que no haya que decirlo, ni mucho menos. Pero, hay que ser consciente de ello, conozco a mucha gente que prefiere que le digan lo mucho que le quieren a sentir que la otra persona le quiere de verdad. Los sentimientos verdaderos son aquellos a los que no se les pone nombre, son los que vemos en la otra persona al mirarle, al tocarle...al sentirle.
Me sorprende mucho ver que la mayoría de la gente prefiere las etiquetas. Es el camino fácil, sí, pero, ¿éste merece sacrificar la sensación de estar a gusto con uno mismo? Supongo que aquellas personas que se enmarquen y pongan nombre a todo aquello que les rodea, también se convencerán de que actúan conforme a lo que sienten, ocultando totalmente, ahogando sus más interiores (e importantes) deseos.
Es triste, como tantas cosas de esta mierda de mundo.